ASCENSO SOCIAL: Descender de la finitud del oro

ASCENSO SOCIAL

* por Mercedes Galera 

Durante todo el 2020 han ocurrido situaciones en el mundo que expusieron lo injusto que es el sistema económico que sostenemos como sociedad y el paquete de ideas que lo avala, por eso nos detenemos a pensar qué cosas están a nuestro alcance para desmembrar la forma de organización que tenemos como sociedad. En los últimos meses en Argentina han sucedido la lenta aprobación de un impuesto extraordinario a las riquezas para las familias millonarias de nuestro país, el urgente desalojo a asentamientos de familias pobres, la muerte de un ídolo popular y la muerte de cientos de personas por una pandemia mundial, hechos que atravesaron todos los escalones de la escala social.


Todas estas situaciones fueron caracterizadas por la discusión de la propiedad privada y la ceguera selectiva ante la desigualdad social, características que no son exclusivas de nuestro país sino que atraviesan la totalidad de este mundo globalizado. Se nos dijo desde siempre que al nacer es la suerte la que define en qué escalón de la estructura social daremos nuestros primeros pasos, toda una existencia librada al azar, pero luego también se afirma que es el peso de nuestro esfuerzo el que nos permitirá ascender socialmente o el que nos empujará hacia abajo. Una trampa que contrapone nuestro origen con nuestro destino. Visto desde una perspectiva práctica, pareciera bastante simple: sólo se necesita determinación y perseverancia para ascender de una clase baja a una media o de una media a una alta y de la misma manera sólo se necesita procrastinación para descender a donde nadie quiere llegar, la pobreza. Un día en el mundo con todos los sentidos alertas basta para descubrir que las cosas son algo más complejas.
El ascenso o la movilidad social también fue la promesa de los grandes gobiernos populares de la historia de nuestro país, una promesa que para muchas familias se cumplió y se convirtió en la esperanza de la prosperidad. Pensamos por oposición, qué podemos encontrarnos en el plano de las ideas. En el plano ideológico el ascenso social debería implicar un descenso: el descenso de la opulencia ridícula y del consumo exagerado, el descenso de la propiedad privada como bien intocable, el descenso de muchas otras cosas para el ascenso de quienes nada tienen. 




Todos los días hay gente que evita mirar a su alrededor no por una apatía individual, sino porque no hay soluciones cercanas para que nadie pierda, si todos quieren ganar. Miles de situaciones injustas y constantes ocurriendo en todos lados, y sin embargo, basta una persona en un lugar que no le pertenece para que las cosas exploten por al menos unos segundos. La muerte de Diego Armando Maradona funciona como un ejemplo claro, un suceso único en la historia que desde nuestro punto de vista encarnó todas las contradicciones de nuestro país. Mientras los medios españoles titulaban que  “La miserable infancia de Maradona no lo había preparado para su futuro”, en Argentina e Italia la mayoría lloraba por la pérdida de su ídolo popular, que nunca dejó de demostrar su origen humilde y miserable aún deambulando por los círculos más selectos. Luego, más allá de su figura, el descontrol social durante su velorio alimentó molestias atravesadas por el "orgullo": muchas personas dijeron que no se sentían identificadas o representadas por la irracionalidad de las miles de personas que treparon las rejas de la casa rosada para poder regalarle una camiseta al ataúd.

No haremos un análisis sobre la muerte de Maradona, pero alucinamos con cómo en un presente mediado y diseñado por algoritmos, la cultura popular se desenvuelve de manera jugosa, derramándose sobre el espacio público, desafiando aquel discurso que pide transparencia y honradez a la ciudadanía pero que luego no la soporta, y se conforma con el slogan publicitario de quienes, a primera vista, lucen bien.


A estas contradicciones que son históricas, se le suma un presente hipertecnológico e hiperglobalizado en el que pocas ideas logran sobrevivir tan inmunes como la de la propiedad privada. Ante el impuesto extraordinario aprobado por el congreso en la Argentina, uno de los países con menos carga impositiva a quienes más tienen, se han escuchado muchos discursos y lamentos basados en la defensa extrema a las fortunas individuales. Ante el desalojo en Guernica dictado por una orden judicial, el gobierno desalojó a cientos de familias y los discursos que circularon por la opinión pública posicionaron la meritocracia y el esfuerzo individual por sobre el derecho constitucional a tener una vivienda digna. 
En este embrollo el mandato del ascenso social puede verse como una familia de ideas: la propiedad privada como columna vertebral, la dignidad y el esfuerzo como motor, la decencia y la moral como sistema nervioso, la apatía y el individualismo ocupando el lugar de los sentidos. Si miramos el mundo con esta familia de ideas será normal ver todo a nuestro alrededor con un sentido utilitario para llegar a un fin individual. No existen los ídolos populares, ni la desigualdad de oportunidades, ni las expresiones espontáneas, colectivas y desordenadas. Tampoco existe la naturaleza por sí misma, sino la naturaleza que provee un bien para las grandes ciudades, para la vida de lujos, para la especulación financiera.



Ya conocemos la fortuna impuesta, tangible y acumulable. Pero nos preguntamos si la fortuna ya no es una rueda, y si yendo hacia abajo existe un ascenso social. 
Nuestra fortuna será, si lo queremos, un intangible ascenso hacia abajo. Descender de la finitud del oro, del daño irracional y el beneficio desigual para revivir comunalmente.


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* imagen 1&4: torta x Pr0testa capturada x Martin Difeo sobre composición fotográfica de Santi Goicoechea

** imagen 2: pieza realizada x Julian Solís Morales

*** imagen 3 de Santi Goicoechea

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