FALSOS CONSENSOS: la apariencia de las cosas

* por Mercedes Galera

Este mundo extrañará por siempre/

La película que vi una vez/

Y este mundo te dirá que siempre/

es mejor mirar a la pared.



Se nos prometió un futuro mejor que se desvaneció hace ya muchos años. El No a la guerra generalizado que levanta occidente y replica medio planeta es un consenso social aparente. La supuesta determinación social por terminar con la violencia machista es un consenso aparente. El No al racismo que despliega el relato hegemónico hace décadas es uno de los consensos aparentes más grandes de nuestra historia. Es que si miramos nuestro pasado, el rechazo moral a todas las injusticias sobre las que se estructuró nuestra hoy decadente forma de vivir fue una promesa de humanidad. Promesas hechas, en este momento de la historia pensar en el futuro suele traer angustia y pensar en el pasado nostalgia, porque la visibilización de las desigualdades sociales y el acuerdo moral de que debían ser erradicadas no sólo no resolvió los problemas sino que los profundizó.

Entonces, ¿cuán reales son los consensos que tenemos como sociedad en un mundo donde el cinismo es la regla?

Hace varios días que intento pensar cómo llegamos a niveles de hipocresía tan sólidos y para poder abordarlo pienso en pequeña escala. Retomo mentalmente algunas de las discusiones que tuve en mi vida social en las cuales sentí que no nos escuchábamos. Conversar con cualquier persona, en general, se convirtió en un juego en el cual el desafío más grande es esquivar la categorización, la definición que me va a meter en un cuadrado en el cual mi interlocutor, casi como un algoritmo, va a decidir todo el paquete de ideas e ismos que me envuelve. Mientras intento escapar a las categorías que me envuelven, tengo que luchar por no categorizar yo misma a quien me habla, corriendo el riesgo de anular matices, diluyendo cualquier posibilidad de que ese intercambio me transforme.

Este esfuerzo social que hacemos por mantener nuestra apariencia estética-intelectual es directamente proporcional al esfuerzo que hacemos por categorizar a cada persona que nos rodea y eso nos deja vacíos de cualquier conversación interesante. Ese mecanismo que también se metió en mi cabeza, es constante y quiero destruirlo.

Es que la promesa de un mundo plural basado en la diferencia terminó obturando una verdadera multiplicidad, porque estamos más enfocados en defender nuestra diferencia como un pensamiento universal en vez de enfocarnos en la potencia singular. En pequeña escala esto podría representarse en una simple discusión con una persona que piense diferente, cuya identidad sea distinta a la mía, pero en gran escala se traduce en relatos que pretenden ser universales pero que son impuestos por los relatos que las potencias mundiales tejen sobre el resto: las feministas blancas católicas opinando sobre la religión de las mujeres musulmanas, la Unión Europea poniéndose en la vanguardia de las normas ecofriendly mientras sus empresas multinacionales explotan el sur global, y así podríamos seguir un buen rato.

Vuelvo a la pregunta y asoma una idea; los falsos consensos se sostienen en la prevalencia de la apariencia. Son reales, pero sólo en un plano de la realidad. Hoy nos encontramos en un mundo que continúa disputando su poder, entre otros mecanismos, mediante guerras. La vedette de las guerras actuales es la de Rusia y Ucrania, con Putin como el villano ideal para el relato occidental. Este conflicto se convierte en un claro ejemplo sobre la comodidad moral que nos ofrece occidente al proclamar no a la guerra. Para que esta proclama carezca de hipocresía, deberíamos añadir una aclaración: No a (esta) guerra.

En este caso como en tantos otros, el aparato comunicacional desplegado por occidente es muy claro porque está dotado de una carga de hipocresía tan evidente y pesada que cualquier crítica queda en la nada. El horror de la guerra parece ser nuevamente una herramienta eficaz para canalizar la angustia en un enemigo en común, dejando de lado que el país que más rechaza esta guerra en el plano discursivo es el responsable de tantas otras guerras, sino esta misma, en el mundo.





Nombrar nuestras miserias, pelear por nuevos paradigmas sociales, empezar por el plano discursivo y por nuestras formas de nombrarnos es un camino, pero no es suficiente. Muchas de las cosas que creíamos suficientes hace un par de años, hoy no lo son. Quizás nunca lo fueron.

El presente por fuera de la digitalidad nos dice que llegar a un consenso no es solución de nada.

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