Quemo quemo quemo y los labios me muerdo

JUSTICIA AMBIENTAL 

* por Mercedes Galera 

Las cenizas que hoy cubren más de 400 mil hectáreas del país se traducen en naturaleza calcinada: animales muertos sobre tierra muerta, bajo un cielo negro. El peso que cae de lleno en nuestras espaldas al ver esas imágenes es saber que todo ese daño fue producido de manera intencional por los sectores más ricos del país y que durante décadas el sector político no ha hecho eco a las demandas ambientales. Es en este contexto de desamparo en el que vecinos y vecinas se organizan para apagar el fuego con baldes mientras la demanda social, poco a poco, entiende que exigir un planeta en el cual poder respirar es una necesidad del presente y no del futuro.

La situación actual no responde sólo al territorio argentino, si miramos un mapa satelital de Sudamérica, veremos replicarse lo mismo pero a gran escala. La perspectiva es lo que nos permite entender por qué nuestro país tiene al menos 9 provincias con focos activos de fuego: todas las zonas que están incendiadas corresponden con las zonas que interesan a los grandes empresarios de la agroindustria, de la minería y del mercado inmobiliario. 

Lo que se quema para convertirse después en un barrio privado o en un monocultivo para exportación, ahora es lluvia de cenizas que respiran los habitantes que intentan frenar el fuego y reparar los daños. La especulación sobre toda esta destrucción se respalda en la idea de que el progreso es acumulación, pero en los hechos se basa en destruir la diversidad sistemáticamente, hacer más de lo mismo a cambio de nada. 

Si el objetivo aparente es combatir el hambre en Argentina, producir alimentos, generar trabajo.¿Cómo una solución podría levantarse sobre tanta muerte y ser peor que el supuesto problema?

 

Esta vez el lobo está acá


En Argentina tenemos 22 humedales distribuidos en diversas regiones, ocupando 60 millones de hectáreas. Según la secretaría de ambiente argentina los humedales son “áreas que permanecen en condiciones de inundación o con suelo saturado con agua durante períodos considerables de tiempo(...) todos los humedales comparten una propiedad primordial: el agua es el elemento clave que define sus características físicas, vegetales, animales y sus relaciones.”Cabe aclarar que los humedales son ecosistemas con características propias, que pueden depender de agua de río, mar, lluvias o napas subterráneas y pueden alojar muchas especies autóctonas que están adaptadas a las características de los humedales así como también especies que migran y que pueden hacerlo gracias a la presencia de este tipo de ecosistemas en sus trayectos.

Los humedales son ricos por su valor inherente que son las especies que viven en ellos pero también son importantes para paliar otras consecuencias de la actividad humana, ya que absorben carbono, regulan el clima, evitan inundaciones, entre otras cosas que los convierten en uno de los entornos más productivos del mundo. 

En el artículo 27 de la Ley General del Ambiente Nº 25.675 se define el daño ambiental como toda alteración relevante que modifique negativamente el ambiente, sus recursos, el equilibrio de los ecosistemas, o los bienes o valores colectivos. Apoyando esa postura, la Argentina adhiere al tratado internacional declarado en la convención Ramsar por la preservación y el uso justo de los humedales, además de la existencia de la Ley de Bosques.  Es decir que no estamos ante una legislación que desconozca la problemática de la destrucción de humedales, actualmente hay presentados en el congreso distintos proyectos de Ley de Humedales que difieren principalmente en la definición de qué es un humedal. Son estas trampas legales las que se discuten mientras los incendios avanzan igual, en medio de una pandemia, sin ningún tipo de consecuencia legal. El Círculo de Políticas Ambientales realizó una interesante comparativa sobre los distintos proyectos que puede verse en este informe.

Lo que parece imposible de entender es cómo empresarios del agronegocio que se oponen vehementemente al avance y sanción de estas normativas levantan un discurso político vacío y falseado amparándose en la producción de alimentos. Daniel Pelegrina, el presidente de la Sociedad Rural, se alarma ante el avance de la protección de los humedales diciendo que “lo que van a hacer es restringir hasta el 20% de la producción en muchas áreas”, intentando implantar la idea de que el agronegocio es la única forma de combatir el hambre y generar trabajo.


Sin embargo, si retomamos la fotografía satelital de la Argentina en la que podemos ver a Córdoba, Jujuy, Catamarca, Misiones, Salta, Tucumán, Formosa, Chaco y San Luis arder, en la que Sudamérica arde, es lógico intuir que el mapa de la pobreza mundial coincide con el mapa de la
degradación ambiental. Si el 60% de los alimentos que se consumen en el mercado interno son producidos por pequeños productores, que se encuentran por fuera de la industria agropecuaria que elige exportar para enriquecerse desmesuradamente, si todo lo que se destruye es territorio nacional pero todo lo que se produce se exporta, si aún con todos estos poderes funcionando al gusto y placer de los especuladores del país tenemos una Argentina con personas padeciendo hambre en uno de los territorios naturales más ricos del mundo, entonces hay algo que no cuadra.

Para nombrar los obstáculos políticos y económicos, es importante entender que las amenazas responden a un sistema productivo que es transversal a todas las actividades económicas de nuestro país, un sistema productivo del cual formamos parte. 
El panorama es desolador y para nada inocente, según el Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SNMF), los incendios son producidos por intervenciones humanas en el 95 por ciento de los casos. A esas intervenciones humanas hay que sumarles las consecuencias que el ecosistema sufre producto del cambio climático, traducidas en sequías e inundaciones. También hay que sumar las consecuencias que produce la modificación de los suelos por parte de la agroindustria, que provoca un exceso de nutrientes llamado eutrofización, que hace que proliferen especies vegetales dañinas que arruinan el equilibrio de estos ecosistemas, conduciéndolos a su destrucción. La lista de consecuencias es extensa porque cuando no destruyen la tierra con desmontes lo hacen afectando su equilibrio natural. La evidencia es rotunda: estamos ante un modelo que produce muerte a corto, mediano y largo plazo.


Humedales en llamas: la fotografía de un problema histórico


Apoyados por el conglomerado mediático y representados en el poder político  - a modo de ejemplo, el actual presidente de la cámara de diputados, Sergio Massa,favoreció la proliferación de barrios cerrados en el Nordelta cuando era intendente de Tigre- no resulta difícil ser un obstáculo dentro del Congreso y el resultado del tramado político-económico es una olla de presión en la que casi siempre gana la industria. 

La gran batalla que se manifiesta ahora con la Ley de Humedales en el foco de las consignas de las organizaciones sociales corre lateralmente a la agenda de los medios de comunicación, nos enteramos a través de redes sociales y organizaciones civiles y ambientales de la gravedad del daño y del desamparo que sufren las personas que habitan los territorios asediados. De manera muy lenta podemos ver con un cambio integral de mirada que entiende la urgencia de la situación:  las consecuencias ambientales ya no se manifiestan en una especie en extinción, sino en una naturaleza que no tiene chance de recuperarse y reparar los daños perpetrados por el hombre. 

Las falsas prerrogativas del sector poderoso que hace uso del sentido común para defender el sistema productivo actual se contraponen con la realidad de un país que ve animales calcinados, que respira cenizas y que consume alimentos tóxicos, y se enmarcan en una disputa que intenta desprestigiar otras formas de producir que son locales. 



Es momento de escuchar a los trabajadores de la tierra para enfrentarnos a nuestros propios fantasmas y comprender que las soluciones no tienen que ser inventadas, desde la UTT -Unión de trabajadores de la tierra - hace tiempo que encendieron la alarma gritando que somos esclavos de un modelo de agrotóxicos, y hace tiempo que también velan por una solución aumentando las hectáreas de producción agroecológica “sana para la tierra, para quien produce y para quien consume, libre de trabajo explotado y de las multinacionales”.

El camino es largo, pero pelear por leyes que amparan nuestros recursos, exigir presupuesto para velar por su cumplimiento y manifestarnos popularmente, son acciones que sirven para alimentar otras formas productivas que no son nuevas, existen hace cientos de años resistiendo a un capitalismo que insiste en cosificar la naturaleza.

El problema al que se enfrenta nuestro país hoy se enmarca en un problema mundial; estamos agotando la diversidad de nuestro planeta y destruyendo nuestro presente y, en el proceso, creemos que somos libres confundiendo libertad con violencia omnipotente que nos separa de la naturaleza y nos niega que podemos vivir con otras premisas.

Hay ciertos conceptos fundacionales de nuestra democracia que poco a poco deformamos para poder actuar diferentes. Marta Tafalla plantea en su libro Ecoanimal que la libertad no se persigue con el dominio sobre el otro, sino que se gana al asumir la finitud de uno mismo en un diálogo con lo que nosotros no somos. Necesitamos migrar hacia un sistema sustentable sostenido por un circuito productivo local, necesitamos dejar de agrandar nuestras ciudades y nuestra población, dejar de ser un monocultivo humano para escuchar lo diferente, esa naturaleza múltiple y diversa que existe a pesar de nosotros y que existirá cuando nosotros no estemos.


💦


*Todas las imágenes fueron producidas por Angela Tettamanti para este artículo.


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